martes, 17 de septiembre de 2013

UNA PARTE DE MI LIBRO: EN MI MENTE ESTAS MUERTA PERO PARA EL MUNDO SIGUES VIVA.
Estaba callada. Después de varios días de angustia, después de varios días sin verla, después de pasarme días enteros esperando que llegara este momento. La espera por fin había llegado a su fin. Al fin la pude ver. Al observarla pude notar en ella, varias cosas diferentes, me di cuenta por ejemplo que le había salido un granito en la parte superior de su ojo izquierdo. Tenerla tan cerca a mí, pude también apreciar esa pequeña y perfilada nariz que tenía. Esos ojos color marrón pardo que me miraban y miraban sin cesar. Pude escuchar claramente las bocinas de los carros, de las motos, de los micros que iban y venían, podía escuchar también, las voces de algunos conductores imprudentes, gritándoles a un semáforo, como si éste fuera a escucharlos. Pude oler el perfume Insitant que se había echado Martha esa tarde. Un olor raro, un poco difícil de explicar, era como si yo cerrara los ojos y me encontrara en medio de un jardín lleno de flores, cuando de repente un olor fuerte a vainilla iba atrapando a uno de mis cinco sentidos y luego, al momento de abrir mis ojos podía observar esa maravillosa creación hecha por Dios. Abría y cerraba mis ojos a cada instante. Pensaba que era el mejor sueño de mi vida, y para mi suerte, Martha no era un sueño, Martha era mi realidad. Ella era esa mujer que yo podía ver, yo podía tocar, podía abrazarla, besarla, cuantas veces yo quisiera. Pero en ese momento, los dos, nos sentíamos como si fuésemos de otro planeta. Éramos dos seres extraños que estaban intercambiando pensamientos, ideas, sentimientos, con el solo hecho de mirarnos el uno al otro.
Ella llevaba puestos, unas zapatillas Vans de color azul, un pantalón negro, un polo blanco y un chaleco de jean. Se veía muy hermosa. Y lo mejor de todo era que esa niña convertida en mujer, estaba parada frente a mí. La podía mirar fijamente a sus ojos, unos hermosos ojos que tenía esa mujer la cual estaba parada frente a mí. ¡Qué hermosos ojos! ¡Qué hermosa...!
Después de haberla observado tanto tiempo, después de haberme dado cuenta de varias cosas, después de haber podido al fin descifrar su mirada. Pareciese que nuestros mundos se habían detenido por unos cuantos minutos, pareciera como si nos hubieras ausentado del mundo por unos cuantos minutos. Pareciese que el mundo que habitábamos, se había detenido por completo junto con el universo entero. Era como si nos hubiésemos perdido y la galaxia entera nos hubiese estado buscando.
La galaxia entera, nos buscaba y buscaba sin llegar a ningún resultado favorable. No podían encontrarnos, habíamos desaparecido totalmente de la faz de la tierra y ahora también, del universo y aún no nos podían encontrar, nos habíamos perdido Martha y yo, nos habíamos perdido en nuestras propias mirada. Nos besábamos. No parábamos de besarnos. Nos abrazábamos. Nos tocábamos, hablábamos y hablábamos con el solo hecho de quedarnos mirándonos a los ojos. No había palabra alguna que flotase en ese momento por el entorno que nos encontrábamos en ese momento. Ninguno de los dos se animaba a dar el siguiente paso, el paso de “La comunicación”, pareciese incluso que nuestras palabras se quedaban guardadas y no podían salir de aquel diccionario estancado en aquel librero de aquella pared que se encontraba ubicada en una casa de viejos recuerdos. Ese diccionario de la primera edición del año de Larousse del año 1851.
No sé si habían sido tantas las ganas que tenía de verla, que no podía ni siquiera yo hablar o ella que por el temor a mi reacción no sabía que decir. Estábamos tan callados que el ruido que hacíamos se asimilaba al ruido que podíamos escuchar en una noche de luna llena cuando caminamos cerca de un cementerio, el efecto era como si nuestras almas quisieran salirse de nuestro cuerpo y quisieran ser libres aunque sea por una vez en sus vidas. Libres de todo mal, alejado de toda esta contaminación de sentimientos que se alborotan, que nos confunden y que hasta nos deja sin habla. Tan callados estábamos que hasta podíamos oír los murmullos que dejaba la gente que iban y venían por esa transitada calle. Podíamos escuchar hasta el más mínimo ruido que podía haberse hecho en ese momento. Podíamos escuchar también el llanto de un niño que había sido provocado al no haberle comprado un juguete, escuchábamos también las conversaciones perdidas de personas que comentaban sobre la película que habían visto en el cine.
Pero lo que más me llamo la atención en ese momento, fue lo tan cerca que estaba con Martha que podía claramente escuchar sus latidos que salían de su pecho. Parecía tener el corazón de un colibrí, que late mil doscientas veces por minuto. Podía también escuchar el sonido que hacía ella, cada vez que pasaba saliva y era cada minuto con diecinueve segundos. Estábamos totalmente callados. Lo único que hacíamos era mirarnos y mirarnos. Aunque suene un poco extraño, de todas las conversaciones que he podido tener, podría jurar que esta era la conversación más hermosa, entretenida e interesante que haya tenido, porque: “No nos hablábamos, pero nos mirábamos; no nos besábamos, pero nos mirábamos; no nos abrazábamos, pero nos mirábamos”. Estar parados ahí, frente a frente, mirándonos el uno al otro, podíamos aparecer y desaparecer del mundo, cuantas veces queríamos y eso era lo que más me asombraba de ella, porque algo simple, lo podía convertir en algo tan complejo y maravilloso, en algo que es difícil de explicar.

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