martes, 17 de septiembre de 2013

 Y ESTAR ENAMORADO, DEBE SER MEJOR, QUE SER UN POETA. 
Un poeta triste, que ve como pasan sus días sin una compañía a su lado, un poeta que se siente triste y vacío en un mundo donde los amores se ven en cada esquina. Estar enamorado sin duda, debe ser mejor que ser un poeta solitario, un poeta que solo escribe por soledad, que solo escribe porque quizás se siente solo. Quizás nadie lo entiende. Quizás la gente le habla solo porque le da pena. O quizás otra parte, en especial más la mayoría que la minoría no le hable, solo lo ignora. No me lo imagino, quizás estar enamorado es una nueva forma de vivir la vida. Dicen por ahí que te sientes feliz, que ves el mundo de otro plano distinto, encima he llegado a escuchar y esto verdaderamente no lo puedo creer, dicen que hasta inclusive llegas a sentir mariposas revoloteándose en tu estómago. Estar enamorado debe ser algo raro, porque tanto es así el efecto que a algunas personas les llega a cambiar su vida, ya sea para bien o para mal, a otras personas las vuelve idiotas.
ESTAR ENAMORADO DEBE SER ALGO MÁGICO, INCLUSIVE DEBE SER MEJOR QUE SER UN POETA.
*
*
(Erick Manuel Cisneros García)

UNA PARTE DE MI LIBRO: EN MI MENTE ESTAS MUERTA PERO PARA EL MUNDO SIGUES VIVA.
Estaba callada. Después de varios días de angustia, después de varios días sin verla, después de pasarme días enteros esperando que llegara este momento. La espera por fin había llegado a su fin. Al fin la pude ver. Al observarla pude notar en ella, varias cosas diferentes, me di cuenta por ejemplo que le había salido un granito en la parte superior de su ojo izquierdo. Tenerla tan cerca a mí, pude también apreciar esa pequeña y perfilada nariz que tenía. Esos ojos color marrón pardo que me miraban y miraban sin cesar. Pude escuchar claramente las bocinas de los carros, de las motos, de los micros que iban y venían, podía escuchar también, las voces de algunos conductores imprudentes, gritándoles a un semáforo, como si éste fuera a escucharlos. Pude oler el perfume Insitant que se había echado Martha esa tarde. Un olor raro, un poco difícil de explicar, era como si yo cerrara los ojos y me encontrara en medio de un jardín lleno de flores, cuando de repente un olor fuerte a vainilla iba atrapando a uno de mis cinco sentidos y luego, al momento de abrir mis ojos podía observar esa maravillosa creación hecha por Dios. Abría y cerraba mis ojos a cada instante. Pensaba que era el mejor sueño de mi vida, y para mi suerte, Martha no era un sueño, Martha era mi realidad. Ella era esa mujer que yo podía ver, yo podía tocar, podía abrazarla, besarla, cuantas veces yo quisiera. Pero en ese momento, los dos, nos sentíamos como si fuésemos de otro planeta. Éramos dos seres extraños que estaban intercambiando pensamientos, ideas, sentimientos, con el solo hecho de mirarnos el uno al otro.
Ella llevaba puestos, unas zapatillas Vans de color azul, un pantalón negro, un polo blanco y un chaleco de jean. Se veía muy hermosa. Y lo mejor de todo era que esa niña convertida en mujer, estaba parada frente a mí. La podía mirar fijamente a sus ojos, unos hermosos ojos que tenía esa mujer la cual estaba parada frente a mí. ¡Qué hermosos ojos! ¡Qué hermosa...!
Después de haberla observado tanto tiempo, después de haberme dado cuenta de varias cosas, después de haber podido al fin descifrar su mirada. Pareciese que nuestros mundos se habían detenido por unos cuantos minutos, pareciera como si nos hubieras ausentado del mundo por unos cuantos minutos. Pareciese que el mundo que habitábamos, se había detenido por completo junto con el universo entero. Era como si nos hubiésemos perdido y la galaxia entera nos hubiese estado buscando.
La galaxia entera, nos buscaba y buscaba sin llegar a ningún resultado favorable. No podían encontrarnos, habíamos desaparecido totalmente de la faz de la tierra y ahora también, del universo y aún no nos podían encontrar, nos habíamos perdido Martha y yo, nos habíamos perdido en nuestras propias mirada. Nos besábamos. No parábamos de besarnos. Nos abrazábamos. Nos tocábamos, hablábamos y hablábamos con el solo hecho de quedarnos mirándonos a los ojos. No había palabra alguna que flotase en ese momento por el entorno que nos encontrábamos en ese momento. Ninguno de los dos se animaba a dar el siguiente paso, el paso de “La comunicación”, pareciese incluso que nuestras palabras se quedaban guardadas y no podían salir de aquel diccionario estancado en aquel librero de aquella pared que se encontraba ubicada en una casa de viejos recuerdos. Ese diccionario de la primera edición del año de Larousse del año 1851.
No sé si habían sido tantas las ganas que tenía de verla, que no podía ni siquiera yo hablar o ella que por el temor a mi reacción no sabía que decir. Estábamos tan callados que el ruido que hacíamos se asimilaba al ruido que podíamos escuchar en una noche de luna llena cuando caminamos cerca de un cementerio, el efecto era como si nuestras almas quisieran salirse de nuestro cuerpo y quisieran ser libres aunque sea por una vez en sus vidas. Libres de todo mal, alejado de toda esta contaminación de sentimientos que se alborotan, que nos confunden y que hasta nos deja sin habla. Tan callados estábamos que hasta podíamos oír los murmullos que dejaba la gente que iban y venían por esa transitada calle. Podíamos escuchar hasta el más mínimo ruido que podía haberse hecho en ese momento. Podíamos escuchar también el llanto de un niño que había sido provocado al no haberle comprado un juguete, escuchábamos también las conversaciones perdidas de personas que comentaban sobre la película que habían visto en el cine.
Pero lo que más me llamo la atención en ese momento, fue lo tan cerca que estaba con Martha que podía claramente escuchar sus latidos que salían de su pecho. Parecía tener el corazón de un colibrí, que late mil doscientas veces por minuto. Podía también escuchar el sonido que hacía ella, cada vez que pasaba saliva y era cada minuto con diecinueve segundos. Estábamos totalmente callados. Lo único que hacíamos era mirarnos y mirarnos. Aunque suene un poco extraño, de todas las conversaciones que he podido tener, podría jurar que esta era la conversación más hermosa, entretenida e interesante que haya tenido, porque: “No nos hablábamos, pero nos mirábamos; no nos besábamos, pero nos mirábamos; no nos abrazábamos, pero nos mirábamos”. Estar parados ahí, frente a frente, mirándonos el uno al otro, podíamos aparecer y desaparecer del mundo, cuantas veces queríamos y eso era lo que más me asombraba de ella, porque algo simple, lo podía convertir en algo tan complejo y maravilloso, en algo que es difícil de explicar.

EL TIEMPO SIGUE ARAÑANDO MI CORAZÓN:

El tiempo sigue arañando mi corazón sincero. Y no me apetece soltar más lágrimas que se sequen cuando se rompen en el suelo. No quiero sufrir más por estos sentimientos que me empujan a un vacío desconsolador, sin besos.
Estás en cada uno de mis sueños y en cada uno de mis anhelos. Estás en mis ilusiones y estás en mis miedos. Estás al final de mi camino, en el horizonte de mi deseo. Sin embargo yo  quiero que estés aquí, en este momento. Y en todos los momentos. Y no te veo. No, no te veo.
¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué no me atrevo a ir más allá de estos estúpidos textos? Tú sigues con tu vida y yo continúo mi paseo por la orilla de mi sombra que ocultan mi verdadero secreto.
Me encantaría que cogieras cada uno de los pedazos de mi corazón y los acariciaras haciéndolos tuyos. Quiero ser para ti y que me quieras tanto que duela al dolor. Un agridulce dolor. Ojalá fuera así. Ojalá me atreviera a robarte un beso y mirar el futuro en un mismo espejo. Un futuro de la mano, sin miedos.
No sé qué hacer, cómo hablarte, qué decirte. Si me atreviera a contarte como pienso, como amo, como deseo, como quiero... Si me atreviera a buscar en tus ojos lo que tanto y tanto y tanto causa mi sufrimiento. Da lo mismo, porque esto seguirá así porque soy cobarde. Soy incapaz de atreverme a revelar mi auténtico yo. Soy como una tortuga pequeña en medio del desierto. Sin agua, sin fuerzas, sin seso. Dentro de un caparazón demasiado pequeño del que no sé salir, en el que poco a poco me muero. Necesito razones y tu mano para tirar de mí y demostrar al mundo que existo. Que existimos. Aunque siga en pleno desierto. Ojalá tuviera poderes mágicos y pudiera concederme a mí misma un deseo. Me conformo con un deseo. Pedir un beso tuyo. Y es que necesito un beso para saber que todo por lo que me estoy muriendo merece la pena. Porque tú lo eres todo y, sin ti, no me quedará el más mínimo recuerdo.